El clérigo inventor de palabras y otras historias macabras de la ciencia

Por Eugenio Manuel, el 2 octubre, 2018. Categoría(s): Libros ✎ 1

Esta entrada está dedicada a Eustoquio Molina y Pepe Cervera, tristemente fallecidos este fin de semana. In memoriam

En oleo «La caída» Goya nos cuenta el relato de una señora que se ha precipitado desde lo alto de un caballo. No sabemos por qué se desploma, tal vez un desmayo, un despiste al asirse de las riendas o un tropezón del corcel. Tampoco conocemos el desenlace, no conocemos cuál fue el destino de la accidentada.

«La caída», Goya. Créditos: Wikipedia.

 

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Goya vivió en un época en la que era común desplazarse a caballo. Fue coetáneo de William Whewell (1794 –1866), un polímata inglés al más puro estilo de Leonardo Da Vinci. Fue científico, filósofo, teólogo y, por ser, fue hasta cura anglicano. Y como estos sacerdotes se pueden casar, allí estuvo, que se casó dos veces y las dos mujeres se fueron de este mundo antes que él. Poco habitual para la fecha.

Y es que estamos hablando de un polifacético y nada común hombre de su época, pues vivió un momento en el que las disciplinas científicas comenzaban a hacerse hueco. Las discusiones sobre lo que investigaba cada cual y los nombres que había que ponerle a los campos de investigación estaban al orden del día. Tal vez el campo en el que más se conoce a Whewell es en el de la filosofía de la ciencia, precisamente en el ámbito de la terminología. Lo cierto es que si se le daba bien algo, eso era inventar palabras. Whewell ha pasado a la historia por inventar (bueno, casi) la palabra «científico». En realidad lo hizo aludiendo a lo que había oído y para terminar con la amplia denominación de «filósofo de la ciencia». Lo dejó escrito en el artículo On the Connexion of the Physical Sciences, bajo otro nombre, tal vez jocosamente, como nos cuenta su biógrafo Isaac Todhunter:

 

«[…] algunos caballeros ingeniosos propusieron que, por analogía con artista, ellos deberían acuñar el término científico […]»

 

Pero también nos dejó la palabra físico, en el mismo artículo citado arriba, escrito en 1834 con el nombre de Mrs. Somerville:

 

«[…] entre el matemático y el químico, se debe interpolar un físico (no tenemos un nombre en inglés para él), que estudie el calor, la humedad y asuntos parecidos […]»

 

Página en la que Whewell habla del término «científico», una de las primeras veces que aparece el vocablo. Si no la primera.

 

Primera página del artículo de Whewell On the Connexion of the Physical Sciences, firmado con el pseudónimo de Somerville.

 

Y es que Whewell era una máquina de crear vocablos, llegó a sugerir nada menos que a Faraday —con éxito— las siguientes palabras: electrodo, ion, dieléctrico, ánodo y cátodo. No tenemos grandes resultados científicos de este clérigo polifacético más allá de la ecuación que lleva su nombre y tampoco tenemos un relato muy detallado de su fallecimiento. Sin embargo es respetable su papel en la Geología, a pesar de que solo ejerció de profesor de dicha disciplina durante cuatro años (1828-1832). Destaca en este terreno su trabajo An essay on Mineralogical Classification and Nomenclature. A pesar de que es vagamente citado en los libros de historia de la ciencia, destaca por sugerir un sistema de indexación de las caras de los cristales. William Miller adoptaría la idea en su famoso Treatise on Crystallography, como él mismo anuncia en la advertencia inicial.

 

Comentario inicial en el libro de Miller donde reconoce que su notación se basa en una idea publicada por Whewell en el artículo On a general method of calculating the angles of Crystals.

 

En el verano de 1816, Whewell pasó algunas semanas en Burlington con un grupo de alumnos. En una carta a su amigo Wilkinson habla de una caída de su caballo durante la incursión. Esta caída lo dejó durante cinco minutos sin visión ni audición. Pero no lesionó permanentemente, es más, después de esto vivió cincuenta años. Posiblemente tendría más incidentes equinos, pero hubo uno que fue el último.  Whewell montó a caballo toda su vida, como era habitual en la fecha. En la obra biográfica escrita por Todhunter podemos encontrar alguna información al respecto, nuestra lógica aderezada con imaginación pone el resto: William Whewell: An Account of his Writings, with selection from his literary and scientific correspondence. Nos lo cuenta aquí Todhunter, de manera telegráfica:

«El 24 de febrero de 1866, el Dr. Whewell tuvo un accidente mientras cabalgaba a caballo, y murió el 6 de marzo».

Nada más, murió en apenas dos semanas. Debemos comprender que las heridas acabarían con él, en una época en la que las infecciones y las reparaciones óseas y de tejidos blandos no son lo que hoy. En cualquier caso, tenía 71 años, una edad muy avanzada para la época. William Whewell ha pasado a la historia dando nombre a un mineral, la whewellita (un oxalato de calcio hidratado: CaC2O4·H2O).

 

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Francisco José de Goya y Lucientes (1746 —1828) murió por una caída, pero no desde un caballo. A pesar de sufrir un tumor que posiblemente habría acabado con él, se precipitó por una escalera con nada menos que 82 años, así que murió poco tiempo después tras un periodo en cama. Muchos son los científicos que han muerto por causas poco comunes en la actualidad: caídas, suicidios, asesinatos, ataques de animales, volcanes, etc. Todo esto es lo que cuento en mi nuevo libro Eso no estaba en mi libro de Historia de la ciencia, editado en Guadalmazán-Almuzara. En concreto, la historia de Whewell no está incluida, pues son ya muchos los científicos y científicas que allí dentro acampan. Puede encontrarse en Amazon y, de verdad, es una obra llena de anécdotas que no nos deja nada indiferentes. También puede consultarse la nota de prensa en la web de la editorial.

 

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Por Eugenio Manuel, publicado el 2 octubre, 2018
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